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Reparar: la clave de la crianza


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"Estoy segura de que mi mamá nunca quiso ser mamá. Estoy segura de que solo se embarazó para poder quedarse con mi papá; estrategia que nunca le funcionó y que solo la convirtió en un monstruo cuando no pudo salirse con la suya. Me trató peor que a un animal, nunca existió un diálogo de NADA, tenía que buscar a otras personas para desahogarme y para buscar ayuda. Solo eran gritos y golpes y nada más. Eso sí, para su vida social siempre tenía tiempo, sus viajes, sus amigas y sus novios nunca faltaron. En cambio, yo, en casa, cuidando de mis hermanitos, sola... siempre sola".


Pasaron años y yo hice mi camino lejos de ella. Me fui a estudiar una maestría a Alemania, literal puse tierra de por medio. Siempre estudié con la motivación de algún día poder alejarme y lo logré. Conocí a un buen hombre, noble, responsable y desde un principio fui bien clara: "no pienso tener hijos, no está en mis planes". ¿Cómo traer al mundo a niños solo para dañarlos? No me parece justo. El mundo cada día está más lleno de sufrimientos y yo no podía hacerme responsable de un pequeñito indefenso. Había muchas cosas que sanar y otras que, en definitiva, nunca se podrían borrar.

Así pasamos cinco años, viviendo juntos, viajando, desarrollándonos profesionalmente hasta que llegó ese famoso momento del que todos hablan, ese vacío, esa sensación de: de verdad ¿Esto es todo?". La vida nos fue llevando a acercarnos a otros amigos con bebés y así sucedió. Nos embarazamos.

Tomé todos los cursos habidos y por haber, diplomados y especialidades. Yo haría las cosas diferentes. Y de pronto, me vi como por fuera, en la escena de la cocina de mi casa, llorando por no poder más; gritando porque el bebé no paraba de llorar; encerrándolo en su cuna para poderme bañar y lo único en lo que podía pensar era: "¿qué hice, QUÉ HICE?".


Pasaron los años, todo fluía normal, unos cuantos gritos, muchas respiraciones para tener paciencia, pañales, llantos, frustraciones y victorias. A veces sentía que lo estaba logrando, muchas otras, me sentía un verdadero fracaso. Un día recibí un correo electrónico de mi madre, con quien hacía años que no hablaba:


"Querida hija, quizá sea demasiado tarde para decirte estas palabras, pero no podía dejar pasar más tiempo. Dicen que el dolor más grande del ser humano es llegar a la cama de un hospital cargada de culpas por no haber sido una buena mamá. Probablemente así llegue yo, me duele reconocerlo y me toca asumirlo. Todo lo hice mal, te fallé, no supe ser mamá. Me faltó amor y por más que me repetí que cambiaría la historia, no lo logré. Te quedé debiendo y es algo que no me lo perdonaré. El por qué puede sonar lógico, tu abuela a quien no conocí, que siempre me rechazó, la tía que me crió que siempre me maltrató. Detrás de una historia de negligencia, siempre encuentras más negligencia. No es justificación, solo un profundo perdón. Te merecías algo mejor".


La carta hablaba sobre la posibilidad de tener un encuentro en persona y poder platicar. El encuentro, después de mucho pensar, dudar y planear se logró. La abuela conoció a su nieto, la madre se reencontró con la protagonista de su historia de dolor.

No es una historia de cuento, de finales felices. Pero si hay algo que debo reconocer fue el valor y la consciencia de la madre para poder reparar. Reparar es el acto de arreglar algo que está roto o estropeado. Es la capacidad de regresar al pasado, al momento de desconexión, tomar responsabilidad sobre tu comportamiento y ser consciente del impacto que tuvo en el otro. Después, corregir. Esto fue lo que hizo esta mamá.


La relación se logró consolidar desde un lugar de mayor madurez y mayor consciencia. No son perfectas, pero hoy tienen la oportunidad de construir su propia historia. El pasado no despareció, pero sí se corrigió.


Este es el poder de "reparar". No existen las maternidades perfectas pero, si logras entender profundamente el concepto de reparar y aplicarlo en tu crianza, lograrás maternar desde un lugar más sano y consciente. Podrás contribuir a que las futuras generaciones vengan con mayor empatía, mayor consciencia y mayor humildad.


Psic. Paulina Pimentel

 
 
 

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