Confesiones de un paciente
- paupimenteld
- 15 ago
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Psic. Paulina Pimentel Dessens
¿Qué por qué quiero hablar? Pues mire, confieso que no he hecho un buen papel. Ahora entiendo que esa idea de “no repetir los errores de los padres” a veces resulta una gran mentira, por más empeño que le pongamos. A veces nuestro pasado nos atrapa, ya ve como dicen “infancia es destino”, yo no lo creía… hasta hoy.
Mi trabajo como padre siempre fue enfocado a darle lo mejor a mis hijos, todo lo que a mí me faltó ¿ya ve? Uno no quiere que los hijos sufran, aunque paradójicamente, parece que esto les trajo más sufrimiento que protección puesto que yo me obstiné a trabajar como loco para que nada material les hiciera falta. A final de cuentas esa es la función del padre ¿no cree? Sacar adelante a la familia. ¿Sentimentalismos y cariños? Para eso tenían a su madre, que era un ángel, dedicada al cien por ciento a cubrir sus necesidades afectivas. Yo creía que con eso era suficiente, cada quien en su papel… hasta que esa psicóloga me explicó la parte importante que juega el rol paterno en la crianza. “La piel abandonada” decía, “también existe otro tipo de abandono que es la ausencia de caricias, la ausencia afectiva”; eso es lo que les di a mis hijos.
Nunca permití que mis hijos conocieran a su abuelo, un hombre tirano y violento. Nos dio una vida de perro, a gritos e imposiciones y pobres de nosotros que no acatáramos sus órdenes. Mi cuerpo es como una carretera marcada de cicatrices difíciles de borrar. “Unos cuantos latigazos pa’ que aprendan la lección”, decía. Nunca recibí un “te quiero” de su boca, en los festivales del colegio jamás estuvo presente: “eso es cosa de mamás, el hombre tiene que trabajar”, decía. Yo era un buen estudiante y, por más que me esforzaba para que se sintiera orgulloso de mí parecía que nada era suficiente, “es tu deber” repetía.
¡Qué abrazos ni que elogios!… los hombres no desarrollamos las armas que tienen las mujeres para expresar las emociones, para sanar el alma; casi siempre cultivamos más rabia que perdón, más intolerancia que comprensión, más violencia que paciencia. “Para eso está tu mamá”, pensaba yo. Ciertamente puede ser más bien una debilidad masculina, no atrevernos a expresar lo que sentimos por miedo a vernos débiles y faltos de autoridad o jerarquía. Nos educan para embotellar todo lo que tenga que ver con sentimientos. Hay quienes revientan y se reivindican y hay quienes reproducen los mismos patrones que llevan arraigados. Desgraciadamente ese último fui yo.
Y así se nos puede pasar la vida, repitiendo los mismos patrones de conducta que alguna vez nos hicieron tanto daño. “La maldita herencia familiar” algunos le llaman.
“Llegará un momento, cuando tengas hijos, que te sentirás altamente identificado con tu padre o madre. Esa será tu brújula para saber si vas por buen camino o si necesitas hacer cambios”. Encontrar la dosis perfecta para el cambio es la clave. La cantidad exacta de consciencia más una gran dosis de sentido de responsabilidad combinado con la motivación para ser un gran ser humano. Porque al final del camino esto es lo único que cuenta… dejar una huella de amor en la vida de tus hijos.



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